Esta semana de Beshalach, la porción del Mar Rojo, no sólo es esto lo que sucede, también es la primera vez que oímos hablar acerca de El Maná, el pan del cielo que caía para alimentar a los israelitas durante su travesía por el desierto.
Es verdad que el maná no tenía una forma "apetitosa", más sin embargo era capaz de sostener la vida humana con salud y con todos los nutrientes necesarios, y no solo eso, si decidías que tuviera sabor a algo delicioso, adquiría ese sabor, es decir, si lograbas trascender la fisicalidad, la impresión de los sentidos, no tenías nada que temer, tenías el sustento justo para cada día sin problemas.
Logramos entender que este pan del cielo es la comida espiritual que necesitamos para el alma. Así nos dice Tzvi Freeman:
Somos seres espirituales. Sin alimento
para nuestras almas, estamos plagados de ansias insaciables, como un cuerpo al
que le faltan los nutrientes esenciales.
Lo espiritual es para nosotros como maná. Es nuestra línea de vida, sin embargo, tenemos mucho miedo de vivir de ella.
La mayoría de nosotros preferiría hincarle el diente a un bistec, o al menos a una papa, algo que se siente como parte de nuestro mundo, que lidiar con un rico pero desconcertante pan del cielo.
Pero no podemos llamar a esto vida a menos que lleguemos más allá de nosotros mismos, más allá de este mundo.
Para el ser humano, la paz
interior y la verdadera vida se logran primero entregándose a lo desconocido.
No me gusta predicar y atiborrar a mi gente de perorata que no me solicitan, ni siquiera a mis pacientes si no lo desean (aunque lo necesiten) los lleno de pasajes bíblicos o presión para entender algo que aún no estén listos, pero cuando observo que alguno tiene hambre de este tipo de pan y está abierto a tomar un poco de él, si les menciono la espiritualidad como el siguiente paso del entendimiento de nuestra experiencia humana en este reino físico.
Comprender que hay algo que nos sobrepasa, que hay mucho más cosas que no entendemos que las que si entendemos, es tocar un punto humilde ante lo Supremo.
Cuando logras abrir tu mente hacia ese "desconocido", a ese algo más Alto, algo de ti se logra reconfortar como quien puede sentir una almohada mullida cuando tiene sueño, o una sopa calientita en el momento que tiene hambre.
La espiritualidad nos permite subir a una montaña de entendimiento donde podemos ver con mayor claridad y serenarnos.
Y ahí saciar con el pan del cielo nuestra hambre más profunda. Nuestra hambre de Di.os.
Shabbat Shalom cuando las tres primeras estrellas estén visibles en el firmamento nocturno.
Prana Raquel Pascual - Psicoterapeuta Gestalt - Coach
Texto de Tzvi Freeman chabad.org
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