viernes, 12 de agosto de 2011

Viernes 12, agosto 2011. Arena

Acabo de publicar, la afinación de Yehuda que llegó ayer pero más tarde. No dejes de verla. =)

Hoy tampoco ha llegado, así que seguramente más tarde la tendremos, pero yo me quedé pensando que hace mucho que no les cuento un cuento =) 

Ayer revisando entre mis libros, me encontré uno que me parece precioso y creo que me dará tiempo de transcribirles.

Aprovechando justamente, que Yehuda anda en estos momentos en territorio palestino y justo de lo que conversaba con su líder me llegó este mensaje de lo que le dijeron:

"Vayan y díganle al mundo que hay seres humanos viviendo en Palestina"...

Increíble, que nos lo tengan que recordar :(

Va el cuento, de autoría Alejandro Dolina, extraído de un libro que me obsequió un amigo adorado:

Arena
Los paganos admitían la existencia de divinidades toscas, imperfectas, chapuceras.

Los dioses no sólo estaban sujetos a toda clase de vaivenes éticos, sino que también cometían numerosos errores en el ejercicio de su profesión: creaban universos endebles, se dejaban engañar por los humanos, desconocían el futuro, fallaban en sus cálculos.
Las grandes religiones monoteístas acuñaron la idea de la infalibilidad divina, de un poder sin grietas.

No es nuestro propósito ejercitarnos ociosamente en la lógica para entretenernos con esas paradojas que tanto divierten a los gandules agnósticos. Ahorraremos al lector la modesta perplejidad de pensar si Dios es capaz de crear un objeto tan pesado que Él mismo no pueda levantar.

Sin embargo, la historia de la arena comienza con una distracción de Dios omnipotente.

Las tradiciones islámicas dicen que, habiendo finalizado la creación, el señor advirtió que faltaba la arena. Grave defecto, si bien se mira. Los hombre estarían privados de la deliciosa voluptuosidad que sienten al caminar junto a los mares. El fondo de los ríos sería siempre ríspido, los arquitectos carecerían de un material indispensable, los caminos no podrían suavizarse, las huellas de los enamorados serían invisibles.

Dispuesto a remediar su olvido, Dios envió al arcángel Gabriel con una enorme bolsa de arena a que la desparramara allí donde fuera necesario.

Pero el Enemigo trabaja siempre para estorbar la obra divina.

Mientras Gabriel volaba con su carga inconcebible, el diablo le agujereó la bolsa. Esto sucedió exactamente sobre la región que hoy es Arabia. Casi toda la arena se volcó en ese lugar, de modo tal que las nueve décimas partes del país quedaron convertidas para siempre en un desierto.

Advertido de esta catástrofe, Dios resolvió ofrecer a los árabes algunos dones compensatorios.

Les dio un cielo lleno de estrellas como no hay otro, para que miraran siempre hacia lo alto.

Les dio el turbante, que bajo el sol del desierto es mucho más valioso que una corona.

Les dio la tienda, que es mejor que un palacio.

Les dio la espada. Les dió el camello. Les dió el caballo.

Y les dio algo más precioso que todas las otras cosas juntas: la palabra, el oro de los árabes.

Otros pueblos modelan en la piedra o los metales. Los árabes modelan con el verbo.

El poeta (el chair) es sacerdote, juez, médico, jefe. El poeta es poderoso: puede traer alegría, tristeza, encono. Puede desencadenar la venganza y la guerra. puede matar con la palabra.

Los errores de Dios, como los de los grandes artistas, como los de los verdaderos enamorados, desencadenan tantas reparaciones felices, que cabe desearlos.

:)

Extraído del libro "El libro del fantasma" por Alejandro Dolina, Editorial Booket